Y ahí se quedaban, estirando el tiempo, confundiéndose piernas y brazos, escondiendo el rostro entre sus dedos y sus labios, esperando encontrarse el uno en los sueños del otro. Se soñaban, y pasaban de los sueños al amor y del amor al sueño, y llegaban tarde a todas partes. Y viernes, sábado, domingo. Sueños, caricias, cama, cama, los vecinos de al lado golpeando en la pared, y más cama. -¡Qué sabrán ellos lo que ocurre entre las nubes de tu pelo y bajo la cascada de tu ombligo!- La misma habitación, el mismo aire, misma cama, misma almohada, la misma luz entrando por las rendijas de la persiana. Y después llegaba el lunes, con la puntualidad de los trenes ingleses. Entonces tocaba levantarse, sentir el peso de los huesos, de todos los días de su vida, de todos los pasos de todos los días de su vida. -No, no gritaré... Extenuado, no puedo más. Puedo, puedo algo, esperar, desear que llegue el día, no elegir no ser.- Y tomaban diferentes sentidos. Ella marchaba por su izquierda, dejando tras de sí un rastro perlado. Él giraba hacia la derecha, dándose de bruces contra el cristal de esa pecera, de "la cite de l´amour",el cristal de la "cite" de la inmundicia y la cochambre. -"Háblame de París". París huele a croissant y a azul, a interminables piernas y a faldas cortas en verano, y en invierno huele a lluvia y a gris y a abandono.- La entresemana es la realidad ¿o es un sueño? Anyway, no podía hacer más que enfrentarla con suspiros y patadas a las latas, quemando las alas a las polillas con un cigarrillo en su lecho de muerte. Y llegaba la noche y ahí se quedaban. Cada uno en su cama, cada uno en su habitación, cada uno en su París, abreviando el tiempo, creciendo las ganas, soñándose el uno al otro.