sábado

This is the new shit

En el centro comercial llego a atisbar a un hombre trajeado que camina junto a una pareja de ancianos. En primera instancia pienso que es el hijo de la pareja, pero a medida que me acerco, me voy aproximando más a la verdad. A mí verdad. El mundo está lleno de cosas aparentemente sencillas que, con sólo rascarlas un poquito, se revelan enrevesadas y oscuras. Este hombre con pinta de ejecutivo es en realidad un timador especializado en el famoso "Timo de Tío". Le miro la cara cuando me lo cruzo y no hay duda, tiene el estigma. Ya no lo veré más, pero he capturado su historia. Un rato ates se ha hecho el encontradizo con la anciana pareja, a los que en absoluto conocía. Se ha acercado a ellos con los brazos abiertos, diciendo:
-¡Pero bueno, tíos, cuánto tiempo! ¿No se acuerdan de mí?
Y con todo el morro del mundo se ha abrazado a ellos. Los viejos se han echado un poco hacia atrás, entre extrañados y desconfiados, pero la sonrisa del timador es tan agradable e inofensiva, que su defensa titubea. La curiosidad va ganando terreno a la cautela. Ambos murmuran posibilidades hasta que la mujer, tocada en su moral por esa ofensa de la memoria, resuelve:
-¡Ya está! Éste va a ser Felisín, el de la Felisa - le aclara al marido, que levanta las cejas como diciendo fíjate tú.
- Exactamente - otorga el timador eufórico. Al menos ya sabe su nombre.
- Hace tanto yiempo que no veo a mi hermana... ¿Qué tal está?
- Bien, bien - responde sin comprometerse.
La vieja entonces se pone a largar. En este punto se cruzan conmigo, pero yo no pinto nada en esta historia, no sabe que está entrando al trapo de cabeza.
- Porque ahora no nos vemos, pero tu madre y yo, de pequeñas, inseparables - junta ambos dedos índice -. Hasta dos años después de tenerte a tí, cuando os marchasteis a Venezuela. Por cierto, no tienes nada de acento. ¿Y cómo te va todo? Ya me contó Felisa que te colocaste muy bien. Imagino que estarás en Madrid por cuestión de negocios. ¿Y cómo nos has conocido? Calla, calla, no me lo digas, seguro que tu madre, tan precavida como siempre, te ha enseñado fotos que mandamos en Navidad. ¡Cómo nos queríamos tu madre y yo...! Y nos seguimos queriendo a pesar de la distancia, no te creas. Mira que no decirnos que venías. Nos querías dar una sorpresa, ¿eh, granuja?
Bla, bla, bla... Y resulta que el timador acaba por enterarse de todo sobre su impostora vida: los hermanos y hermanas que tiene, la edad a la que falleció su padre, sus primeros pinitos en el mundo empresarial, esa novia que al final le abandonó... Aunque tenía pensado acabar pidiéndoles dinero porque una transferencia de Venezuela se había retrasado, le he cogido cariño a los viejecillos y no lo pienso permitir. Así que, cuando la mujer lo ha hablado todo, el timador descubre que tiene un nudo en la garganta. Se acaba de dar cuenta de que siente añoranza de esa vida que le cuentan que ha tenido, y que en cierto modo le hubiera gustado tener antes que la que realmente ha tenido. Entonces...

domingo

Summer, save us

Hoy me apetece hablar del verano, más que nada porque estamos en noviembre y no huele precisamente a invierno, pese a que los adornos navideños ya empiezan a adornar las calles. Verano. El verano es la anti-estructura por antonomasia; playa o campo por oposición a ciudad, descanso por oposición a trabajo, grupo por oposición a individuo, comunidad por oposición a sociedad. En verano todo el pueblo es como un gran hogar. El calos hace que la gente abra las ventanas y las puertas, que lo que hablen uno lo oigan los otros, lo que coman unos lo huelan los demás, que el amor que hacen los vecinos sea disfrutado por toda la vecindad. Después del verano uno cierra puertas y ventanas y vuelve a la vida estructurada de la ciudad, peo regenerado tras ese baño dionisiaco donde todos los cuerpos son un cuerpo, donde el sudor no huele mal, donde el amor se hace por fin sexo. Vuelve uno a ser un individuo después de haber sido todos. El verano es, una experiencia catártica.