sábado

Love like winter

Hacía una semana que la luna aparecía en aquel cielo después de mes y medio de ausencia. Todo anunciaba la proximidad del invierno cuyo blanco fantasma envuelve en su inconmensurable mortaja todas aquellas tristes latitudes.
Los ricos se encerraban ya en sus mansiones, los pobres se enterraban en sus agujeros y los osos blancos entre los témpanos de hielo secular. Algunas aves hacían sus nidos en las grietas de los desgajados abetos, en tanto que otras levantaban el vuelo rumbo al mediodía en busca de nuevas primaveras. Los barcos dábanse a la vela a velocidad de vértigo, temerosos de quedar anclados en una mar helada.
Los campos, los puertos, los pueblos mismos se veían desiertos y abandonados. No parecía sino que una horrible epidemia había pasado por ellos, o que se aproximaba, amenazándoles, un desastroso conquistador.
En un salón triangular, tapizado y alfombrado, alumbrado por un ardiente tronco de teoso pino; huía el humo arremolinado. Dos personajes había en ese aposento. Dormía el uno sentado en disforme sillón de encina, tendría veinticinco años. Por el Mediodía hubiese pasado por feo, aunque al calor del hogar, no carecía de cierta belleza local. Enfrente de él, iluminada dulcemente, rezaba en silencio una mujer blanca como el alabastro, y hermosa y triste como las siempre marchitas flores de aquellas tristes primaveras.
Ella, en cuyo rostro se veían unas huellas de un dolor sin consuelo, clavaba los ojos en las juguetonas llamas del hogar... Más por si acaso los tornaba un momento hacia la sombría figura de él.
Una vez abrió el hombre los ojos repentinamente y sorprendió la tímida mirada que le dirigía su amante.
-¿Dormías? - murmuró ésta con voz dulce y apagada.
- Yo no duermo nunca...¿Por qué me mirabas de aquella manera?
-¡Es que os amo mucho!
Y se enjugó las lágrimas, y dejó de nuevo sus ojos al antojo de las llamas. Y ya no hablaron más, y habían hablado más que de costumbre.

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