miércoles

Sucedió en Manhattan

La noche se adivinaba clara…, literaria.
Mi cuerpo exigía poesía,
y me tatuó, prolongadas, lúbricas,
sus caricias en la vertiente de mi cadera,
frontera entre la timidez y la osadía.
Improvisé, 
sin esperar el clarividente hálito de las musas, 
estrofas de colores.
Temblaba toda mi estructura
a cada vendaval de rimas inéditas.
‘Quiero más lírica’,
y grabó un soneto en cada pecho,
música danzando en círculos
alrededor de las cumbres erguidas. 
Insistía en  los caminos,
focales y sosegados  verso a verso.
Tenía el capricho
de un terceto en mis costillas,
exaltando la aloja de la belleza,
y en auge las ganas,
me escribió con pulso firme
y labios encendidos,
una epopeya gloriosa,
como las de los rapsodas de ayer,
ante el paso franco de mis muslos.
Recorría la senda estirando el relato, sosegado.
Callejeaba por entre lustros y horizontes,
cada cual más remoto, más soberbio
del torrente de fuego a la gruta,
del prominente valle al acantilado.
Comparece al fin, febril y sudoroso,
ante el umbral palpitante de la vida,
donde se mecen los tiempos,
a probar el fruto prohibido
y romper todos los mandamientos.
“Llévame más allá de lo extraño y lo prohibido,
hasta donde sin ti nunca he llegado.”
La población reducida a una habitación,
sin frenos, sin barrotes.
Y la cama transformada
en una espumosa tempestad sin truenos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario